- ¿Acaso a tu muerte conservaste la edad? Dime cómo es. ¿Qué ocurre?
- Dejas de aprender embebido en la negación, en la desesperación inútil por volver. No volteas a ver los nuevos descubrimientos humanos, los nuevos conocimientos. Sólo vives… o, mejor dicho, sólo mueres observando fijamente aquello de lo que no puedes desprenderte. Te conviertes en vigilante, observador o simple testigo del paso por los sentidos de todos de eso que tanto te importa. Mírame, no he descuidado nunca a ninguno de los cinco.
- Y, ¿puedes mirar?
- Eso no importa. Ya no se miden las cosas como las mides tú ahora. El dinero y lo material pierde valor. Lo tangible deja de serlo para siempre. Solo queda aquello… lo que siempre estuvo dentro de ti. Te han hablado de mí, ¿no?
- Si… poco, pero sí.
- Te han de haber contado todo lo malo.
- Algo hay de eso. Hubiera sido bueno conocerte con los ojos que hoy cargo. Sólo supe de ti que eras gruñón, que eras el señor de mirada perdida sentado bajo el amable sol de la montaña o en el sillón de tu hermana, aguantando las patadas accidentales de tus nietos corriendo por toda la casa. Sólo conservo de ti vagos recuerdos de niñez. Recuerdo tu semblante. Recuerdo la pausa que hacías con el bocado justo frente a tu boca. Recuerdo tu taza de café derretida por el calor de la estufa de leña.
“Babilonio!” se ha convertido en un recuerdo pero en otras voces. Recuerdo cuando empecé a preguntarte lo que no sé. “¿Qué se siente estar ciego, tata?”
- “Todo está oscuro, como con las luces apagadas”, te dije. No te preocupes, las cosas que sepas el día que llegues aquí conmigo serán porque tú mismo las descubriste. Espero que no sea pronto.
-¿Sabes? No tengo idea de cómo serías conmigo. Pero quiero imaginar que serías un gran amigo así que he decidido inventar un abrazo apretado con palmadas en la espalda. Y quiero imaginar que no te daría vergüenza decirme “te quiero, Babilonio” así que me invento un “yo también, tata. Te extraño".
Suelo inventar recuerdos y guardarlos como tesoros.
19 de abril de 2006. 14to aniversario luctuoso de Roberto Rangel Mi abuelo.
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