El día de hoy, con el pago de los servicios a la amable contador público que me asesoró en éste, mi último pago como contribuyente profesionista (de forma tardía, debo confesarlo), culminan mis esfuerzos por cubrir mi deuda con la Secretaría de Hacienda.
Este año conocí la experiencia gratificante y patriota que representa el realizar declaraciones y pagos de impuestos por los ingresos percibidos como remuneración por una nada fácil actividad profesional, pasando así por tardes bajo la lluvia, bañado en lodo, casi devorado por la tierra, librando riscos, compañía de serpientes, jornadas enteras de paseos pantanosos bajo el Sol flagelante de julio en el Delta del Río Colorado, amaneceres en carretera para ganarle tiempo a ese mismo Sol que hacía lo increíble con el afán de disuadir cualquier esfuerzo de labores, el mismo que me tuvo cuatro días en cama, convaleciente de insolación. Dinero bien ganado, bien sudado.
Aun después de pagar esa cantidad, nada fácil para quien no planifica los gastos, no siento pesar en mis ánimos. No tengo palabras de reclamo. Hoy camino tranquilo y satisfecho porque sé que el importe que me fue requerido como impuesto por mi trabajo será bien empleado. Estoy seguro de que Don Agustín y su equipo de profesionales, economistas, administradores y demás expertos en la materia harán que cada centavo que he aportado al país en el que vivo sea invertido de manera estratégica, inteligente, planeada y, por supuesto, siempre pensando en lo que más necesita el pueblo mexicano, nosotros, yo mismo. Sé que ese dinero lo regresará a mi, en servicios de transporte, infraestructura, seguridad, salud y educación de la calidad que yo y todos los mexicanos trabajadores y partícipes de la sociedad merecemos.
¿Por qué no habría de ser así?
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