He estado informándome, documentándome, si así se le puede llamar, sobre temas de interés popular actuales, como históricos para los mexicanos y me ha surgido una duda al repasar los hecho que formaron parte de la Revolución Mexicana (1910-1920).
¿Existe alguna norma que estipule cuánto tiempo debe transcurrir para que las ilegalidades cometidas por los líderes en el poder sean aceptadas como hechos históricos y pasen a formar parte de los libros de Historia de la Secretaría de Educación Pública?
Hoy hablamos de Antonio López de Santa Anna como aquel traidor a la patria que comerció con el territorio nacional. Sabemos de aquel Gral. Díaz, dictador, opresor de la clase obrera y tirano contra la prensa crítica. Que gustaba de lujos y el estilo de vida europeo, hechado por el pueblo mexicano con sed de libertad y justicia.
Héroes y villanos nacionales comparten e intercambian identidades en una historia llena de traiciones, engaños y palmadas en secreto. Un momento insurrecto, al siguiente gobernante, luego perseguido y finalmente capturado y ejecutado en manos del nuevo grupo libertario que mañana será derrocado, perseguido, capturado y ejecutado. Entre zapatistas, villistas, maderistas y constitucionalistas se hizo "la papa caliente" del poder y el orden que nunca llegó.
La revolución inició con la necesidad de mayor pluralidad y participación de los ciudadanos y tuvo continuidad en sesenta y tantos años de lo mismo: elecciones de dudosos resultados, figuras presidenciales huecas, trasfondos nada nacionalistas en las medidas adoptadas por dirigentes, fraudes en versiones modernas con sistemas que se caen y boletas electorales destruidas.
Me pregunto si mis hijos estudiarán para su examen de 4to año en qué fecha y bajo qué circunstancias se fundó el Partido de la Revolución Democrática. Tendré que esperar algunos años para ver si me encuentro en la programación televisiva abierta algún documental que haga mención como aquello despreciable que sucedía antes el hecho de que aquel Presidente, otrora de la oposición, aun en el poder manifestara y confesara su influencia decisiva en el proceso electoral venidero. Quizá se hable de aquel nuevo participante del juego de poderes que representaron los medios de comunicación.
Hasta entonces seguiré aprendiendo para ser más participativo cada vez.
[No somos espectadores, somos los actores,
pero los tramoyeros vieron que nos da flojera
y se han apoderado de la obra]