sábado, 11 de diciembre de 2010

Ernesto II

Anoche soñé contigo. Saliste de donde estabas escondido tanto tiempo y literalmente te atrapé. Te sentía resbaloso, como supongo que debemos estar cuando llegamos de ese viaje. Te me caías de los brazos y tuve que sujetarte con más cuidado. Hubo algo, no puedo explicar exactamente qué, pero creo que me enamoré. Una reacción exotérmica acompañó la soldadura de dos cadenas. Era el calor de todo tu cuerpo que en mi pecho cabía perfecto entre mis brazos.

Tu pequeña cabecita ya tenía cabello... negro... oscuro... muy denso. Brillabas en sangre y líquido amniótico. Mi ropa se manchaba mientras yo perdía la razón y te besaba ignorando todo inmerso en un amor intenso y profundo.

Al instante siguiente tus piernas y brazos ya me rodeaban y yo seguía abrazándote sin poder dejar de reír. Cuando te aparté para ver tu rostro de niño no lo podía creer. Eras idéntico a mí. De no ser porque tu piel era un poco morena habría pensado que eras yo. Algo te provocó un puchero y yo, sin tener idea de cuál era la situación, te consentía lo que deseabas para que sonrieras. Y me vi siendo tu esclavo.

Cuando desperté sentí que me faltabas. Creo que eso me tuvo un poco melancólico hoy.





Ya te quiero ver de nuevo.